“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” 1 Juan 2:15-17
David no había sufrido antes, como nos cuenta las escrituras, del orgullo. En cambio, su actitud siempre había sido uno de humildad. Si había sido tentado de los deseos de la carne, algo que causaba gran caída y vergüenza en Israel. Algunos han sugerido como estas tres clases de pecado mencionados en 1 Juan 2, concuerdan mas o menos que la edad de uno. El joven lucha mucho de los deseos de la carne; el de edad mediana, acaso empieza a pensar mas de vivir una vida de lujo y tiene la tentación de buscar enriquecerse, o sea los deseos de los ojos. Pero ya en la vejez, hay la tendencia de estar orgulloso de los logros de la vida. En el caso de David, era aparentemente el numero del pueblo sobre el cual reinaba. Pero se ha visto como Satanás tentaba al primer hombre con estos tres; “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer (el deseo de la carne), y que era agradable a los ojos (los deseos de los ojos), y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría (la vanagloria); y tomó de su fruto, y comió.”
El orgullo es un pecado insidioso, que muchas veces agarra al creyente, sin que él se da cuenta. En el mundo, se considera el orgullo como una cosa buena, pero la Biblia nos dice claramente “Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu.” Proverbios 16:18. (Hay en español a lo mejor una leve diferencia entre el orgullo y la soberbia, pero yo no soy capaz de ampliarlo.) En nuestro capitulo vemos como David quería tomar censo del pueblo, y contar su número. Aun Joab, hombre carnal y sin fe como hemos visto tantas veces, quiso persuadir al rey que eso no iba a salir bien; “Añada Jehová tu Dios al pueblo cien veces tanto como son, y que lo vea mi señor el rey; mas ¿por qué se complace en esto mi señor el rey?”
Voy a tomar un momento aquí para compartir algo que me pasó a mi hace casi cuarenta y cinco años; es algo de vergüenza mía, pero me ha quedado en la memoria, aunque tantas cosas me han desaparecido de la memoria desde entonces, como explique la semana pasada. Yo trabajaba en esta época en una agencia de venta de vehículos Chrysler como ayudante de los mecánicos. Éramos mecánicos en aquel entonces y no tantos técnicos, y los vehículos eran de veras de muy mala calidad. Teníamos vehículos que botaban su aceite justo en la sala de ventas, nuevecitos. A través de esta mala calidad, muchas cosas tenían que ser reparados bajo la garantía. Era costumbre de todos los mecánicos (inconversos todos) robar lo que podían, no de la agencia sino de la fábrica. Por ejemplo, un vehículo casi nuevo tiene una fuga de aceite. Para reparar, quizás fuera necesaria hacer drenaje del aceite. El mecánico al volver a armar el vehículo, iría al departamento de partes y buscaría aceite nuevo, supuestamente para aquel vehículo, pero en vez de añadir este aceite, guardaría el aceite para sí mismo y volvería a poner el aceite original. La fábrica pagaría por el aceite nuevo, pero este aceite no recibía el cliente en su vehículo como se esperaba. Todos lo hacían y guardaban cantidades de estos fluidos y otros componentes robados para usar en sus propios vehículos o para regalar a sus amigos, o quizás para vender.
Yo, por la gracia de Dios, era conocido en aquel lugar como creyente en Cristo. Un hermano me había aconsejado que me fuera bueno ser conocido como creyente por no sufrir tanto de las corrupciones de los otros mecánicos. Me había enseñado poner un sticker de un versículo en mi camisa cada día. Eran hombres mundanos que siempre sacaban sus revistas de pornografía cuando era despacio, pero las escondía cuando yo andaba cerca. Así que, con estas pequeñas etiquetas, el Señor me guardaba de su corrupción.
Bueno, para terminar al lado triste de esta historia, un día yo había ayudado a unos de estos mecánicos y me regalaba algo de su anticongelante robado. Yo, sin pensar que era robado, se lo llevaba conmigo al cuarto donde cambiábamos de ropa. De una vez los mecánicos, que toditos hacían lo mismo, empezaron a regañarme. Y tenían razón; ellos, siendo inconversos, robaban. Pero yo, profesante del nombre de Cristo, no debería haber recibido un regalo de propiedad robado. Mi conciencia me molestaba tanto que, al otro día, lo devolví al señor y todos me vieron hacerlo.
Pero David en nuestro capítulo no escuchaba los consejos de el hombre sin fe, Joab, que veía que lo que David pensaba hacer no iba a salir bien.
Terminamos esta semana con una cosa más; la apariencia es esto, que era Jehová que incitó a David nombrar el pueblo, pero no es así. Leemos la historia también en 1 Crónicas 21:1 “Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel.” Leemos en Santiago 1:13 “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” Satanás siempre busca manera de tentar al creyente, para que caiga bajo el gobierno de Dios. Y desgraciadamente es muy astuto en esto, conociendo a nuestras debilidades con la experiencia de seis mil años, como aquí, la soberbia en David.
Continuamos la semana que viene, Dios mediante.
9 agosto de 2020